Ilustración: RAÚL ARIAS
La salud y la enfermedad han sido preocupación constante del ser
humano a través del tiempo y el espacio. La historia nos revela que, en
un principio, el mantenimiento de la salud y la recuperación de la
enfermedad era un atributo de los dioses. Con el tiempo, cada cultura
desarrolló sus propios intermediarios (ej., druidas, brujos, hechiceros,
chamanes) entre los dioses y los pacientes, proporcionando remedios que
unían la espiritualidad, la magia con la física y la química. Hoy en
día, la medicina que predomina es la química y como parte de esa química
está la nutrición.
Probablemente no haya habido ningún momento en la historia en el que se haya hablado más, a nivel popular, de la relación entre nutrición y salud. Esto ha dado lugar a cantidad de mitos nutricionales y soluciones milagrosas que rivalizan en atrevimiento, pero quizá no en efectividad, a las de los magos y brujos de antaño. Las dietas milagrosas no son, por lo tanto, un producto del siglo XXI. De hecho, tuvieron un auge en la segunda mitad del siglo XIX y muchas de las dietas propuestas hoy en día no son más que regurgitaciones de las que hace varias generaciones ya captaron la atención de nuestros antepasados. En resumen, siempre ha habido dietas milagrosas, y consecuentemente, nunca las ha habido, ya que ninguna ha sobrevivido la prueba del tiempo, y al igual que las modas, las dietas aparecen, desaparecen, y vuelven a aparecer cuando ya nadie se acuerda de sus reencarnaciones anteriores.
Paradójicamente, este fenómeno de las dietas milagrosas y el mantenimiento de ciertos mitos ha ocurrido en el contexto de grandes avances en la investigación relacionada con la salud y, lamentablemente, en algunos casos, debido precisamente a que algunas de esas investigaciones han ido temporalmente por el camino equivocado o debido al aprovechamiento equivocado e indebido por parte de algunos charlatanes de dichos avances científicos.
La realidad es que las recomendaciones nutricionales que las sociedades médicas proponen hoy en día para el mantenimiento de la salud no difieren sustancialmente de aquellas que hace milenios propusieron los padres de la medicina moderna, bien sea en Egipto, en la India, en la China o en el Mediterráneo. Además, hemos de tener siempre presente que la nutrición es un componente más de la vida saludable. Por ello, hemos de tener presente e implementar el significado etimológico de la palabra dieta que connota estilo de vida. En relación a la nutrición, estas investigaciones de las que hablaba han venido a corroborar muchas de las tradiciones populares, al demostrar que no solamente es importante lo que comemos y cuánto comemos, sino también, cómo, cuándo, dónde y con quién lo hacemos.
Si tuviera que definir qué hay realmente nuevo bajo el sol en lo que se refiere a la nutrición y la salud, me inclinaría primero por la transición del empirismo al conocimiento de los mecanismos por los cuales determinados alimentos favorecen más o menos a nuestra salud, y segundo, la capacidad cada vez más cercana y real de predecir qué alimentos y en qué proporción son los que van a ser más efectivos en cada uno de nosotros. Es decir, la personalización basada en el genoma y que en el futuro implicará también conocimientos relacionados con la epigenética y la microbiota, entre otros. Mientras esperamos a que estas novedades alcancen la madurez y solidez para que sean parte de nuestra vida diaria, tomemos las riendas responsablemente de nuestra propia salud. Seamos conscientes mediante la observación de aquellos alimentos o hábitos que nos hacen sentir mejor o peor, potenciemos los primeros y limitemos los segundos y no adoptemos cambios bruscos sin consultar con los profesionales de la salud. Con respecto a ese segmento cada vez más grande de la población, que se preocupa por el aumento de peso, recordemos que éste no ocurre por accidente, sino que lo trabajamos día a día, así que utilizar la balanza frecuentemente puede ser la mejor arma preventiva y un buen incentivo para corregir nuestras desviaciones antes de que sea demasiado tarde.
*José María Ordovás es director del laboratorio de Nutrición y Genómica del USDA-Human Nutrition Research Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutrición y Genética, director científico del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA) e investigador colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid).
Probablemente no haya habido ningún momento en la historia en el que se haya hablado más, a nivel popular, de la relación entre nutrición y salud. Esto ha dado lugar a cantidad de mitos nutricionales y soluciones milagrosas que rivalizan en atrevimiento, pero quizá no en efectividad, a las de los magos y brujos de antaño. Las dietas milagrosas no son, por lo tanto, un producto del siglo XXI. De hecho, tuvieron un auge en la segunda mitad del siglo XIX y muchas de las dietas propuestas hoy en día no son más que regurgitaciones de las que hace varias generaciones ya captaron la atención de nuestros antepasados. En resumen, siempre ha habido dietas milagrosas, y consecuentemente, nunca las ha habido, ya que ninguna ha sobrevivido la prueba del tiempo, y al igual que las modas, las dietas aparecen, desaparecen, y vuelven a aparecer cuando ya nadie se acuerda de sus reencarnaciones anteriores.
Paradójicamente, este fenómeno de las dietas milagrosas y el mantenimiento de ciertos mitos ha ocurrido en el contexto de grandes avances en la investigación relacionada con la salud y, lamentablemente, en algunos casos, debido precisamente a que algunas de esas investigaciones han ido temporalmente por el camino equivocado o debido al aprovechamiento equivocado e indebido por parte de algunos charlatanes de dichos avances científicos.
La realidad es que las recomendaciones nutricionales que las sociedades médicas proponen hoy en día para el mantenimiento de la salud no difieren sustancialmente de aquellas que hace milenios propusieron los padres de la medicina moderna, bien sea en Egipto, en la India, en la China o en el Mediterráneo. Además, hemos de tener siempre presente que la nutrición es un componente más de la vida saludable. Por ello, hemos de tener presente e implementar el significado etimológico de la palabra dieta que connota estilo de vida. En relación a la nutrición, estas investigaciones de las que hablaba han venido a corroborar muchas de las tradiciones populares, al demostrar que no solamente es importante lo que comemos y cuánto comemos, sino también, cómo, cuándo, dónde y con quién lo hacemos.
Si tuviera que definir qué hay realmente nuevo bajo el sol en lo que se refiere a la nutrición y la salud, me inclinaría primero por la transición del empirismo al conocimiento de los mecanismos por los cuales determinados alimentos favorecen más o menos a nuestra salud, y segundo, la capacidad cada vez más cercana y real de predecir qué alimentos y en qué proporción son los que van a ser más efectivos en cada uno de nosotros. Es decir, la personalización basada en el genoma y que en el futuro implicará también conocimientos relacionados con la epigenética y la microbiota, entre otros. Mientras esperamos a que estas novedades alcancen la madurez y solidez para que sean parte de nuestra vida diaria, tomemos las riendas responsablemente de nuestra propia salud. Seamos conscientes mediante la observación de aquellos alimentos o hábitos que nos hacen sentir mejor o peor, potenciemos los primeros y limitemos los segundos y no adoptemos cambios bruscos sin consultar con los profesionales de la salud. Con respecto a ese segmento cada vez más grande de la población, que se preocupa por el aumento de peso, recordemos que éste no ocurre por accidente, sino que lo trabajamos día a día, así que utilizar la balanza frecuentemente puede ser la mejor arma preventiva y un buen incentivo para corregir nuestras desviaciones antes de que sea demasiado tarde.
*José María Ordovás es director del laboratorio de Nutrición y Genómica del USDA-Human Nutrition Research Center on Aging de la Universidad de Tufts (EEUU), profesor de Nutrición y Genética, director científico del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA) e investigador colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (Madrid).
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